Tengo miedo
No soy yo, aunque puede que sí, pero de un miedo diferente. El que tiene miedo, y mucho, es Carlos, el protagonista de El país del miedo de Isaac Rosa. Siente un pavor obsesivo hacia todos los peligros que potencialmente le acechan por la sola razón de existir y este pánico preventivo lo enmaraña hasta construir una tela de araña a su alrededor de múltiples posibilidades por la cual quedas a la espera de recibir el golpe fatal, ese gran peligro acechante como una araña gorda, inmensa, peluda, que se avalanzará sobre ti y te dejará seco.
El miedo puede paralizar, pero en el caso de Carlos le induce a la acción, cosa que no está mal, de no ser porque todas las actuaciones que acomete para conjurar sus miedos, tienen como resultado generar más pavor, y así, como un Sísifo que nunca termina, entra en una espiral paranoide que le hace presa de sus propias elucubraciones.
Que vivimos con miedo es un hecho que pocos pueden rebatir. En buena parte su origen es innato (el miedo a morir, a la enfermedad...) pero hay otros miedos que son adquiridos (las agresiones, la pérdida del empleo, la cárcel...). Decir que estos últimos son un mecanismo de control social es una obviedad, aunque a veces un poco de miedo no viene mal. Hace pocos días oí por la radio a un representante de la patronal que afirmaba que el absentismo laboral se había reducido significativamente desde el inicio de la crisis económica actual. La lectura que hacía es que los trabajadores tenían miedo de perder el empleo debido a la coyuntura económica. Yo más bien diría que el que tiene miedo es el absentista profesional, ese que por sistema si le duele la cabeza se queda en su casa viendo la tele. Todos conocemos casos. Lo vemos en las empresas donde trabajamos. Ese compañero que cada mes de media falta como mínimo dos días laborables aduciendo que no se encuentra bien y que suele coincidir con un lunes, pero sobre todo con un viernes. Resulta un poco lamentable que sea el miedo a perder el trabajo lo que te haga cumplir con tus obligaciones laborales. Luego son los primeros en quejarse de la congelación salarial o de los despidos.
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