No cocina, pero tampoco muerde


Una temporada para silbar, de Ivan Doig
Traducción de Juan Tafur
Libros del Asteroide, 2011

"No cocina, pero tampoco muerde" es lo que aparece en el anuncio que Rose pone en un periódico ofreciéndose como ama de llaves. Los Milliron, familia que consta de un granjero víduo, aún joven, más tres hijos pequeños, residentes en la montana rural de principios de siglo XX, solicitan sus servicios. A partir de aquí parte una novela de corte clásico que evoca una América probablemente ya desaparecida o en vías de extinción, articulada alrededor de una escuela rural de una sola aula en la que compartían espacio los alumnos de diferentes cursos y un solo profesor para todas las materias y todos los niveles. Paul, uno de los tres hijos, es el narrador de este relato retrospectivo al tener que volver, ya de adulto y como superintendente de Instrucción Pública, a su pueblo natal para dar orden de cerrar estas escuelas unitarias. El gobierno norteamericano está inmerso en la carrera espacial y debe recortar fondos de otras partidas presupuestarias para dedicarlos a esta nueva prioridad. El regreso de Paul a su pueblo natal será el disparo de salida para evocar su infancia, ya que él mismo fue alumno de una de estas escuelas entrañables y allí tuvo de profesor a Morris, hermano de Rose y profesor excepcional, quien no sólo juega un papel fundamental en el desarrollo académico e intelectual de Paul, sino que accidentalmente será clave en la pérdida de la inocencia del mismo y, por consiguiente, en su irrevocable entrada en la edad adulta.

Una temporada para silbar, de Ivan Doig, es una deliciosa y cadenciosa novela muy en la línea de los títulos cuidadosamente seleccionados a los que nos tiene acostumbrados Libros del Asteroide. Novela de hálito claramente nostálgico, evoca un mundo y, sobre todo, unos valores que se han convertido casi en extravagantes en la sociedad actual. Con un tono marcadamente elegíaco, Paul, y tal vez el mismo autor en esta evocación del pasado, se resiste a que aquello que ama desaparezca para siempre, dejando un resquicio a la esperanza a través del minúsculo y a la vez mayúsculo grano de arena que un solo individuo puede aportar a la construcción del mundo. Una temporada para silbar no cocina, pero tampoco muerde... ¿O tal vez sí?

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